CONCIENCIA CRISTIANA
Y MORAL NAVAL

(Revista de Marina, Enrique Cordovez Perez, Capitan De Navio)

INTRODUCCION

Existen unos versos, muy conocidos por todos aquellos
que hayan vestido alguna vez la romántica tenida del cadete
naval; que aluden al tañir de una histórica campana que llama
a una selecta muchachada a cumplir su diario deber, con la
inconfundible voz de la conciencia humana.

Ese es precisamente el tema de nuestra reflexión: La
relación de causa y efecto que existe entre el comportamiento
humano y sus más íntimas motivaciones, las del espíritu.

Motivaciones que son la clave formativa de un largo y
cuidadoso proceso que permite, a quienes son sujeto y objeto de
esta labor educativa, llegar a compartir un mismo "modo de ser"
o cultura organizacional.

El anclaje del conjunto de elementos culturales que se
interiorizan durante el paso por la Escuela Naval, es tan
profundo, que la mayoría de las veces acompaña al "caleuchano"
hasta la muerte y se manifiesta visiblemente ese día con la
presencia de fieles amigos que ejercen las más diversas
profesiones además de la del marino.

La pregunta espontánea que surge al observar este
fenómeno es obvia :

-¿Qué lazos tan fuertes pueden existir entre estos hombres
y perdurar toda una vida, a pesar de sus diferentes
actividades e intereses?

La repuesta no es simple porque la realidad humana es
de suyo compleja y nuestra propia mirada le añade siempre
singulares matices que, no teniendo para todos igual
significado, dificultan la explicación. Aun así, intentaremos
abordar el problema que nos plantea una segunda pregunta acerca
de este mismo tema :

-¿Es posible que una comunidad de principios tradicionales
como la antes dicha pueda subsistir al asedio del
relativismo cultural que caracteriza a la sociedad global
de la cual formamos parte?

A partir de estas dos grandes preguntas se nos abren
de inmediato también dos perspectivas para nuestra reflexión
sobre la conciencia cristiana y moral naval: la perspectiva del
pasado: el origen de esta expresión cultural, y la del futuro,
que dice relación con su destino.

Pero, antes de entrar en estas dos áreas de reflexión
tenemos que precisar un poco más las amenazas que se ciernen
sobre nuestra cultura en el vertiginoso trajín de hoy, donde,
sin darnos cuenta, se nos escurre la vida, aterrorizados por la
urgencia de lo contingente. No obstante, la esperanza de lo
trascendente es lo suficientemente potente para vencer la
contingencia si somos capaces de recordar nuestro pasado,
dignificar nuestro presente y no temer a nuestro futuro.

EL CONFLICTO DEL PRESENTE

El éxito económico de los países industrializados y el
estruendoso fracaso de la utopía socialista han llevado al mundo
a creer en el mito que la evolución de la Humanidad habría
alcanzado el cenit de su trayectoria y que ya se habrían
detenido las manecillas del reloj ideológico que marcó
inexorablemente su paso.

Nada más alejado de la realidad, porque los conflictos
siguen ocurriendo en todas los rincones del planeta con un grado
de violencia que ha cobrado más víctimas que las ocurridas en
la última guerra mundial. Es que el hombre en su naturaleza
sigue siendo el mismo ante la diaria encrucijada del Bien y del
Mal, no importando que sea el amo tecnológico de la
postmodernidad.

El mundo de hoy tiene su lado obscuro en el hambre de
millones de personas que no se han incorporado a la Sociedad de
Bienestar que en Chile hemos empezado a disfrutar
progresivamente en las últimas décadas.

Ese lado oscuro no se dibuja sólo en Africa, donde la
muerte de 20.000 personas es apenas un número abultado que nos
llama la atención en el noticiero de la noche, sino también
aquí, en los cerros de Valparaíso, donde vive nuestro "próximo"
o prójimo, y en el mejor barrio de Santiago, con una variedad
de conductas desviadas que se toleran con liviana comodidad.
¿Dónde está el código de ética que caracterizaba a la
sociedad cristiana occidental? No pareciera estar presente entre
quienes manejan con asesina agresividad, ni entre quienes
peregrinan los domingos, ya no a misa, sino que a gigantescos
templos del consumo donde se celebran los más variados ritos del
dinero.

El hombre moderno terminó de romper hace un par de
siglos con la Sociedad Tradicional que había permitido alcanzar
un nivel de convivencia civilizada en la que perduraba el santo
temor a dios y se respetaba la voz de la madre iglesia.

El hombre post-moderno, el hombre "light", superó el
choque frontal contra la reserva de sentido común provista por
el cristianismo durante 15 siglos, y ha materializado hoy una
estrategia distinta a la matanza de curas y monjas ocurridas en
las épocas de la ruptura del protestantismo capitalista de
Inglaterra o en el auge del ateísmo comunista en la propia
España.

La amenaza de hoy es más peligrosa y ha desechado
tales formas de violencia, porque los mártires siempre han
reforzado la fe, desde la época en que los cristianos eran
enviados a los leones. El método violento de hoy actúa sobre la
cultura, cercenando el atributo que nos distingue de los
animales: el libre albedrío; en una vinculación que actúa
precisamente de la manera más ingeniosa e inadvertida; haciendo
una apología de la libertad sin límites, del derecho de hacer
lo que a uno le plazca, despreciando como expresiones culturales
antidiliviales al sentido y la voluntad subordinada a la recta
razón.

El método es empero violento porque, aún cuando no se
percibe la fuerza que lo impulsa, nos obliga de todas maneras
a hacer lo que no queremos y además por medios a los cuales no
nos podemos resistir. Eso es, ni más ni menos, la manifestación
más sofisticada y pérfida de la violencia.

El obispo de Santiago denunció hace ya 3 años la
transformación de la sociedad chilena en una "sociedad
permisiva", cuya creciente inmoralidad se ha ido
caracterizando, lamentablemente, por el erotismo malsano y
deshonesto, la falta de probidad en la administración y la
delincuencia creciente.

Este fenómeno sociocultural, denunciado por la
autoridad eclesiástica, inevitablemente se transmite a través
de las numerosa redes que comunican al mundo, y al que va
transformado en una sociedad global que no sólo tolera la
influencia cultural extranjera sino que transige en la moral de
su identidad, renunciando explícitamente al propio "modo de
ser".

Una clave para interpretar el deterioro experimentado
por la moral pública disociada de la doctrina de la fe, es la
demoníaca falacia de presentarla como una norma individual de
conducta, donde lo bueno o lo malo depende si es concebido por
"mi moral" o "tu moral". Tan falso como aquello es el sofisma
de diluir la responsabilidad individual de la conducta en el
colectivo y atribuir el motivo de la conducta a un "pecado
social". Ese es el típico caso del asesino a quien supuestamente
la "sociedad habría empujado a matar". Esta pérdida del sentido
de la responsabilidad individual y el subjetivo relativismo de
la moral son las principales amenazas de la postmodernidad.

El Papa ha señalado claramente que una ley moral no es
asunto privado ni subjetivo y que la conciencia es uno de los
elementos necesarios para que la orientación al bien sea fuente
de una auténtica libertad. "Dar a conocer la vida moral,
procurar los medios para reconocer el bien y vivir en la verdad
y formar conciencia", son prioritarios en su ministerio
espiritual.

Esta cruzada eclesial se proyecta hacia una "cultura
popular" que navega con rumbo contrario a la tradición, puesto
que sus adherentes le han declarado la guerra a las normas y
veneran la fealdad, el horror y la depravación, que son los
principales ingredientes de las películas y videos que alaban
los más famosos críticos. Hoy por hoy es de muy mal gusto
referirse al contenido moral de obras que pasan por alto el Alma
y la Naturaleza, ya que el éxito fácil se logra con el goce de
los sentidos, la estridencia del ruido y la brutalidad animal.

La cantante Madonna ha ganado gran parte de su
popularidad gracias a la constante y deliberada profanación de
los símbolos religiosos, imitada recientemente por la cantante
Sydney O´Connor al romper una foto del Papa. Hasta la
aparentemente inocente serie de dibujos animados de la familia
Simpson se burla de la oración al negarse a dar gracias a Dios
porque las cosas que tienen las han comprado.

Nuevamente afloran preguntas ¿Es posible
desintonizarse de una cultura popular cuando el joven de 18 años
ha visto repetirse en la pantalla de su televisor 15.000
asesinatos? ¿Es posible revertir el número de violaciones cuyo
aumento es directamente proporcional a la circulación del
material pornográfico? ¿Es posible rescatar a los jóvenes
drogadictos que por docenas destruyen diariamente sus neuronas
al fumar cigarrillos con pasta base sentado en la plazuela
Ecuador? No sólo es posible, es nuestro deber de cristianos.

LA RIQUEZA DEL PASADO

La historia de la humanidad registra un proceso
evolutivo a través del cual el hombre logró salir del estado
primitivo, en el cual vivía al interior de las cavernas, para
llegar a asomarse, hace ya varias décadas, al espacio exterior.
Aparentemente, este proceso se explicaría por el progreso
material que marcan los paradigmas de Ptolomeo, Newton y
Einstein, pero, esencialmente, se debe al cambio radical en los
usos y costumbres, en la "mores" o moral, provocado por el
reconocimiento explícito de la relación entre el hombre y Dios,
entre Dios y el hombre, el "religare" de estas dos entidades que
le da sentido a la palabra religión.

El judaísmo, como principal religión monoteísta en el
medio del camino entre Oriente y Occidente, modificó la barbarie
existente hasta entonces al imponer la ley del Talión,
morigerando así el uso desmedido de la fuerza y limitándolo a
infringir un daño semejante al recibido. Cristo marcó el inicio
de la civilización que lleva su nombre al predicar una doctrina
del amor, en la que, al colocar la otra mejilla se devuelve el
Bien por Mal, y donde, el triunfo sobre la muerte lo permite
sólo la infinita generosidad del hijo de Dios que ofrendó su
vida por todos nosotros.

Desde la antigua Grecia el hombre había venido
buscando un "género preferible de vida", como el planteado por
Aristóteles, donde la felicidad está siempre en proporción de
la virtud y de la prudencia y de la sumisión a las leyes de
éstas. Esa ética politeísta había reconocido ya los universales
del Bien, la Verdad y la Belleza, universales que pueden
remitirse a las dimensiones espiritual, intelectual y material
del ser humano. Para ellos, la verdad es la motivación cardinal
de la lógica, que se constituía por el estudio, la reflexión,
la experiencia, la intuición y la razón, mientras que la belleza
era una motivación centrada en el equilibrio y en la admiración
estética, que hacen "bellas a las cosas que lo son".

Pero, la historia nos enseña que hubo un tránsito y un
cambio progresivo entre el "ethos" de los griegos y la "mores"
romana. No fue sólo el cambio de los nombre de dioses, como el
de Poseidón por Neptuno o el de Afrodita por Venus, sino que,
el verdadero cambio, se produjo gracias al "apostolado" -- en
su significado griego de expedición a través del mar -- que
transportó la semilla cristiana desde las costas de Palestina
hasta el Jónico y el Adriático y le dio, con la fuerza de San
Pablo, un nuevo sentido a la vida de los entonces primeros
cristianos. Este cambio cultural se consolidó más tarde en el
Sacro Imperio Romano Germánico, que se mantuvo por un milenio,
hasta la caída de Constantinopla y el cisma con la iglesia
ortodoxa de Oriente.

La apasionante historia del cristianismo relata la
subsistencia en ese período de sus "Principia", a pesar de los
bárbaros que asolaron toda Europa, a pesar de los árabes
expulsados de Granada o de los turcos detenidos en Lepanto, a
pesar de algunos de los excesos de algunos pontífices romanos
y de la descomposición de algunas ordenes religiosas en la alta
Edad Media; a pesar de todo ello, la vigencia de los principios
cristianos en la conciencia colectiva se mantuvo, y ello sólo
se explica gracias a la infinita misericordia divina.

Antes de seguir avanzando en el rico pasado del
substrato histórico cultural de nuestra conciencia cristiana de
hoy día, es preciso detenerse a observar el papel jugado en el
desarrollo del catolicismo por dos padres intelectuales de la
iglesia, tan importantes como San Pablo, que son San Agustín y
Santo Tomás de Aquino. Si bien el apóstol Pablo había divulgado
la fe con el carisma de su personalidad, San Agustín contribuyó
a la causa divina con la certeza de su juicio y Santo Tomás de
Aquino con la claridad y profundidad de su pensamiento. Este
último aportó elementos de la lógica que, en su conjunto,
permiten que el intelecto del hombre atisbe someramente la
realidad que constituye su eterno problema y su indescifrable
misterio; su dualismo espiritual/material.

La redención de toda la Humanidad y no sólo del pueblo
judío, gracias al renovado sacrificio de Cristo, se afincó
culturalmente en el mundo antiguo con las cartas y visitas de
San Pablo a sus diócesis; se consolidó como institución social
al desterrarse la herejía de la "Ciudad de Dios", custodiada con
férrea disciplina por San Agustín; y terminó de asumir su
destino universal o católico con la Summa Teológica de Santo
Tomás de Aquino, quien la edificó sobre la base del pensamiento
aristotélico.

Desde ese tiempo a la fecha, la Iglesia ha podido
constatar que no hay doctrina moral que coincida tan bien con
la moral revelada por Cristo como la de la Ley Natural. A nadie
debe sorprender entonces que la fe y la razón coincidan, ya que
ambas se remontan a una misma fuente de verdad: Dios.

El catolicismo sigue la tradición aristotélica en el
sentido que en moral opera la "razón práctica", la que no da
jamás soluciones tan nítidas y rígidas como la "razón
teorética", que está detrás de las matemáticas y otras ciencias
exactas. De allí que la Ley Natural exprese el sentido moral
original que permite al hombre discernir mediante la razón lo
que es el Bien y el Mal, la verdad y la mentira. La Ley Natural,
presente en el corazón de todo hombre y fortalecida por la
razón, es universal en sus preceptos y su autoridad se extiende
a todos los hombres, sin distinción de sexo, raza, credo o
condición social.


Esta es la inavaluable riqueza de nuestro remoto
pasado, traído por España hasta las costas de América, en otro
gran apostolado, a fines del siglo XV, para constituir el
substrato católico de la identidad de los países que conforman
la Iberoamérica como unidad histórico-cultural.

De acuerdo con esa definición de nuestro origen es un
grosero error insinuar que la doctrina católica sobre la ley
natural sea rígida. Es simplemente la verdad. Y no hay dos
verdades, como no puede haber tantas morales como personas, ya
que de aceptarlo se caería en las falacias señaladas al inicio
de esta reflexión. Sólo hay una voz que toda persona escucha
en el silencio de su propia interioridad y esa es la
incorruptible voz de la conciencia humana.
Sin embargo surge la duda ¿Cómo reconocer esa voz y no
engañarse con una versión falsa y acomodaticia a nuestros
insaciables deseos? En el sentido moral la "conciencia" es un
juicio práctico que dicta la razón sobre la moralidad de un
hecho que vamos a ejecutar o ya hemos ejecutado. Para asegurarse
que ese juicio sea recto y no erróneo, debe ser un acto de la
mente y no de la voluntad, el que además exige interioridad para
dictar sentencia. De ocurrir así la conciencia será "cierta"
y no "dudosa", se evitará caer en formas de conciencia que
juzgan con exceso de tolerancia o estrechez mental, que acusan
de manera farisaica, buscando la paja en el ojo ajeno, y que se
mantienen dormidas o permanecen impasibles frente al error y al
pecado.

A estas alturas de nuestra reflexión podríamos contar
ya con una respuesta a la primera interrogante que formulamos.

La formación del cadete naval es antes que nada la
formación de un criterio moral, profundamente afincado en
el corazón, y que constituye la base de un conjunto de
significados compartidos, cuya maduración, le hará
desarrollar el sentido de pertenencia a una comunidad de
fines trascendentes conocida como "familia naval".

En una carta a todos lo oficiales, fechada en mayo de
1987, el Almirante reflexionaba que desde la más tierna edad se
nos ha inculcado que Dios, Patria y Familia constituyen un
Principio de vida y son la principal salvaguarda frente al
materialismo moderno o postmoderno, el cual pretende destruir
el don más preciado que tiene el hombre: el AMOR.

El amor a Dios y al prójimo son pues el Norte
verdadero del apostolado cristiano, del amor a la Patria que
alimenta el servicio altruista al Bien Común y de la amistad a
toda prueba entre quienes tienen el honor de vestir este
uniforme, símbolo sagrado de un gloriosa tradición.

LA ESPERANZA DEL FUTURO

La famosa novela de ciencia ficción "Farenheit 451"
imaginó que la sociedad hiper tecnologizada del mañana había
proscrito la lectura y los bomberos quemaban libros en, vez de
apagar incendios, a fin de reducir la violencia por la vía de
negar la exaltación de las pasiones y sentimientos del hombre.
Se aseguraba así una vida tranquila, pero plana, gris y
desabrida, de la cual logra escapar el protagonista, un bárbaro
que se había robado un libro. Termina el relato cuando este
fugitivo del sistema central se une en los extramuros de la
ciudad a una serie de pordioseros y advierte que todos llevaban
nombres de autores de libros clásicos, los que se había
aprendido de memoria para preservarlos de la destrucción y poder
transmitirlos a las futuras generaciones, rescatando de esa
manera siglos de civilización.

Esta es una bella imagen del significado vital que
tiene el autor de traspasar el testimonio de la verdad de una
generación de marinos a otra que vive la inolvidable
experiencia de ser cadete naval. Algunos movimiento pacifistas
han tratado de plantear una contradicción real entre el servicio
de las armas y la doctrina cristiana, como si nunca hubieran
existido las Cruzadas e innumerables batallas libradas en
defensa de la fe.

Al respecto, nada más ilustrativo que el discurso de
Juan Pablo II a unos militares acuartelados en Roma en 1990 y
del que estas dos citas, sobre la vida militar, demuelen toda
crítica mezquina y necia al respecto:
"La misma disciplina que acompaña la vida militar, al robustecer
el carácter, os ayuda a rescatar vuestros proyectos de
cualquier caída veleidosa y a saber orientar vuestros esfuerzos
físicos y morales hacia metas altas y nobles que vale la pena
vivir en plenitud".

Agrega más adelante...

"Al dedicar vuestra vida o parte de la misma a salvaguardar: la
seguridad de la Patria y la independencia de sus instituciones,
la memoria colectiva de la Nación y la libertad de todos,
vosotros, los jóvenes, aprendéis a descubrir la comunidad como
el lugar del crecimiento personal y a realizar vuestra libertad
como efectivo don de sí y servicio al prójimo".

Estas palabras del Papa manifiestan el espíritu de
todo aquel que haya puesto atención a la voz interior de la
vocación militar. Ahora bien, la vertiente marinera de la
vocación del marino le permite representar, además, ese sentido
apostólico de la fe, que se remite a los orígenes del
cristianismo en la antigüedad y a la expansión moderna del
catolicismo, diseminada siempre a través de las rutas abiertas
por la navegación.

Gracias a Dios, nuestra cultura organizacional se
caracteriza por su fortaleza y nos da confianza para mirar el
porvenir. Basta tomar conciencia que el texto moral de la
Ordenanza de la Armada se remonta a las ordenanzas del Rey
Carlos III a los ejércitos de España y recordar que nuestra
simiente cultural se constituye con la dignidad de Blanco
Encalada y la rectitud de Cochrane, en una trenza hispano-
británica cuyo tercer cordón lo constituye la caballerosidad de
Prat; paradigma del heroísmo nacional y de un modelo de vida en
el cual se expresan dones que le permitieron testimoniar las más
excelsas virtudes.

La calidad moral de quienes nos han precedido en la
profesión naval chilena nos permite valorar el significado de
ese "modo de ser" tan particular que distingue al cadete naval
de ayer, de hoy y de siempre: Aquel que se mantiene fiel a los
elementos culturales que animan su vocación y reclaman su
compromiso:

-La figura marinera de los elementos, visibles e invisibles, que
estructuran simbólicamente la relación de causa efecto entre
conciencia cristiana y moral naval.

1- valores nacionales
2- deberes militares
3- simbología naval
4- "modo de ser"
5- virtudes cristianas
6- ley natural

Todos estos elementos culturales se hallan descritos
detalladamente en el Capítulo V de la Ordenanza de la Armada
"Moral Naval", y son un reconocimiento formal y auténtico del legado
espiritual que emerge de 180 años de historia naval y dos
milenios de cristianismo.

Para responder a la segunda pregunta inicial, tenemos que
recurrir a la "razón práctica" en la que se funda el acervo de la
conciencia cristiana. Nada mejor que el testimonio recurrente de
jóvenes guardiamarinas que escribieron a sus hogares desde el
extranjero rechazando diferentes formas de materialismo en sociedades
contemporáneas de diferente signo:

-    Así ocurrió en el viaje de instrucción del curso del
Almirante Huerta a EE.UU., en 1936, cuando los guardiamarinas
criticaron el individualismo de la sociedad de consumo de pre-guerra.


-    Así ocurrió en el viaje de instrucción de las promociones
de 1971 y 1972, cuando los guardiamarinas criticaron el materialismo
brutal del colectivismo impuesto en Rusia, China y Cuba con el
pretexto de instaurar la dictadura del proletariado.


-    Así ha ocurrido en los viajes de instrucción de los últimos
años a Europa cuando los guardiamarinas han criticado el relativismo
moral que consume a las ciudades industrializadas que aparecen en la
vanguardia política y económica.

Estos testimonios nos dan confianza que en el futuro,
con la ayuda de Dios, la selecta muchachada que ustedes encarnan
hoy mantendrá, con mano firme, el rumbo verdadero que a todos
nos demanda una tradición de rectitud y de honor.

Bibliografía :
-Barros M., Joaquín : Conferencias de Moral.
-Holley M., Hernán : Algunas Consideraciones sobre
la Etica.
-Huerta D., VA. Ismael : Volvería a Ser Marino.
-Johnson, Paul : Historia del Cristianismo.
-Medved, Michael : La Cultura popular y la
guerra contra las normas.
-Merino C., Augusto : Algunos Moralistas Católicos.
-Merino C., A. José Toribio : Carta 1/87.
-Oviedo C., O. Carlos : Moral, Juventud y Sociedad
Permisiva.