Celebración del Nazareno de Caguach
La fiesta del Cristo Chilote
(www.nuestro.cl, Febrero 2009)
Ubicada frente a Achao, hacia el este, Caguach, la llamada “isla de la devoción”, es una superficie de tan solo 10,7 kilómetros cuadrados, rodeada por el mar interior o Mediterréneo, del Archipiélago de Chiloé, en la que viven no más de 550 habitantes. Población que llega a multiplicarse por diez cada año, el 30 de agosto, así como el tercer domingo de enero, cuando llegan miles de fieles a participar de la procesión del Nazareno de Caguach. De esta impresionante experiencia fueron también partícipes los observadores de Unesco, que allí sellaron la decisión de declarar Patrimonio de la Humanidad a su tradicional templo de madera junto a otras 15 iglesias chilotas de distintas comunidades.
Su construcción data de 1778, el mismo año en que, según los documentos guardados en este santuario, el capitán del ejército español Fray Hilario Martínez, instala la figura española del Divino Jesús Nazareno, estableciendo su “asiento definitivo… hasta el fin de los siglos". Según los especialistas, la escultura dataría de principios del siglo XVIII, época en la que eran utilizados los postizos y pelucas como la del Nazareno. Pronto el culto a este Jesús de rostro sufriente, cubierto de lágrimas de sangre, coronado de espinas y vestido con una túnica de seda morada, que, con sus manos heridas carga su pesada cruz sobre el hombro derecho, se extendió entre las islas, convirtiéndose en la imagen, por lejos, más devocionada entre los chilotes.
Algunos señalan que habría sido llevada a Caguach con la intención de promover, en torno a ella, la unión entre los habitantes de ésta y otras cuatro islas vecinas: Apiao, Alao, Chaulinec y Tac, enfrentados por rencillas familiares, lo que explicaría otros rituales, que preceden a la procesión del día domingo, como la llamada Procesión de las Banderas, donde los representantes de estas islas enarbolan sus banderas junto al emblema nacional. Para la festividad, los patronos de cada isla, que están a cargo de cuidar las imágenes de culto, traen sus vírgenes y santos locales, los que son colocados en la iglesia y posteriormente paseados en la procesión acompañando al Nazareno.
Su construcción data de 1778, el mismo año en que, según los documentos guardados en este santuario, el capitán del ejército español Fray Hilario Martínez, instala la figura española del Divino Jesús Nazareno, estableciendo su “asiento definitivo… hasta el fin de los siglos". Según los especialistas, la escultura dataría de principios del siglo XVIII, época en la que eran utilizados los postizos y pelucas como la del Nazareno. Pronto el culto a este Jesús de rostro sufriente, cubierto de lágrimas de sangre, coronado de espinas y vestido con una túnica de seda morada, que, con sus manos heridas carga su pesada cruz sobre el hombro derecho, se extendió entre las islas, convirtiéndose en la imagen, por lejos, más devocionada entre los chilotes.
Algunos señalan que habría sido llevada a Caguach con la intención de promover, en torno a ella, la unión entre los habitantes de ésta y otras cuatro islas vecinas: Apiao, Alao, Chaulinec y Tac, enfrentados por rencillas familiares, lo que explicaría otros rituales, que preceden a la procesión del día domingo, como la llamada Procesión de las Banderas, donde los representantes de estas islas enarbolan sus banderas junto al emblema nacional. Para la festividad, los patronos de cada isla, que están a cargo de cuidar las imágenes de culto, traen sus vírgenes y santos locales, los que son colocados en la iglesia y posteriormente paseados en la procesión acompañando al Nazareno.
Servidores de los conquistadores, bajo el sistema de encomiendas, los naturales debieron abandonar su religión y sustituirla por las prácticas católicas difundidas primero por los jesuitas y, luego por los franciscanos como Martínez. Sin embargo, con el tiempo, como señala el historiador Renato Cárdenas, “las culturas locales han ido infiltrando ostensiblemente a la cultura dominante, llevándola en otra dirección, dándole otro carácter”. Y la Fiesta de Caguach es la expresión más clara de esta integración, “de este sincretismo entre el mundo antiguo y el mundo moderno; entre la propuesta europea y las culturas indígenas”. Es en esta celebración donde el pueblo se encuentra en la oración, rogando por su prosperidad, y reivindicando su condición chilota en respuesta al "compromiso contraído por sus mayores", como dicen los “promeseros”.
De ser una estatua el Nazareno pasó a ser, como le llamaban antiguamente, el “Dios de Caguach”. “La gente ha humanizado al Nazareno, le ha dado el sentido, la fuerza y la expresión con que hoy convoca a multitudes”, señala Cárdenas. “El Cristo de Caguach es la memoria histórica y afectiva de un pueblo, el lazo entre generaciones y entre geografías dispersas… Es el Dios asimilado por los chilotes e integrado a los dioses que vienen en sus memorias milenarias, desde muy lejos... desde el comienzo de los siglos”.
En palabras de Monseñor Juan Luis Ysern, “el Nazareno se ha convertido en un símbolo y un tesoro para los fieles, no tan sólo por el poder que guarda la imagen y que los peregrinos defienden y proclaman, sino también por la significativa historia que su figura y los relatos orales le han transmitido a los isleños a través del paso de los años”.
Travesía de la fe
Con la asistencia de los cadetes de la Armada de Chile y el apoyo de Carabineros, que intentan poner orden en el embarque, cientos de fieles zarpan desde el muelle de Achao, en varias lanchas desde las primeras horas de la mañana del domingo, con destino a la Isla de Caguach. Otro tanto ha estado ocurriendo desde hace días en las islas pequeñas, desde las cuales parten los fieles, llevando sus figuras de culto y sus provisiones para permanecer en el santuario, en albergues especiales para ellos, durante las cuatro jornadas en las que se desarrolla el programa de la celebración que culmina el domingo con la procesión del Nazareno.
Sentadas en la cubierta de la pequeña lancha de madera, viajamos junto al Padre Mariano Puga, famoso por su trabajo social, desde la Vicaría de la Solidaridad y radicado durante décadas en poblaciones de Santiago como La Legua. Hace ocho años que vive en Chiloé, en la localidad de Colo, donde ha desarrollado un pequeño museo para catalogar y poner en valor las piezas de arte religioso guardadas en esta pequeña iglesia, declarada Patrimonio de la Humanidad, y considerada una de las más bellas, por su diseño y proporciones. Durante el viaje, el Padre Mariano, que lleva en un bolso su sotana, para colocársela en la iglesia, donde junto a otros tres sacerdotes, se dispondrá a ofrecer el sacramento de la confesión, anima a los pasajeros a cantar, orar el Padre Nuestro y el “Dios te salve María”. Aunque la respuesta es casi inaudible, de acuerdo al carácter de los isleños, el Padre no se desanima. Acompañado por la fría brisa del día nublado, el viaje de ida ocurre con fluidez hasta arribar a la Isla, donde ya tiene lugar la primera de las dos misas de la mañana.
De ser una estatua el Nazareno pasó a ser, como le llamaban antiguamente, el “Dios de Caguach”. “La gente ha humanizado al Nazareno, le ha dado el sentido, la fuerza y la expresión con que hoy convoca a multitudes”, señala Cárdenas. “El Cristo de Caguach es la memoria histórica y afectiva de un pueblo, el lazo entre generaciones y entre geografías dispersas… Es el Dios asimilado por los chilotes e integrado a los dioses que vienen en sus memorias milenarias, desde muy lejos... desde el comienzo de los siglos”.
En palabras de Monseñor Juan Luis Ysern, “el Nazareno se ha convertido en un símbolo y un tesoro para los fieles, no tan sólo por el poder que guarda la imagen y que los peregrinos defienden y proclaman, sino también por la significativa historia que su figura y los relatos orales le han transmitido a los isleños a través del paso de los años”.
Travesía de la fe
Con la asistencia de los cadetes de la Armada de Chile y el apoyo de Carabineros, que intentan poner orden en el embarque, cientos de fieles zarpan desde el muelle de Achao, en varias lanchas desde las primeras horas de la mañana del domingo, con destino a la Isla de Caguach. Otro tanto ha estado ocurriendo desde hace días en las islas pequeñas, desde las cuales parten los fieles, llevando sus figuras de culto y sus provisiones para permanecer en el santuario, en albergues especiales para ellos, durante las cuatro jornadas en las que se desarrolla el programa de la celebración que culmina el domingo con la procesión del Nazareno.
Sentadas en la cubierta de la pequeña lancha de madera, viajamos junto al Padre Mariano Puga, famoso por su trabajo social, desde la Vicaría de la Solidaridad y radicado durante décadas en poblaciones de Santiago como La Legua. Hace ocho años que vive en Chiloé, en la localidad de Colo, donde ha desarrollado un pequeño museo para catalogar y poner en valor las piezas de arte religioso guardadas en esta pequeña iglesia, declarada Patrimonio de la Humanidad, y considerada una de las más bellas, por su diseño y proporciones. Durante el viaje, el Padre Mariano, que lleva en un bolso su sotana, para colocársela en la iglesia, donde junto a otros tres sacerdotes, se dispondrá a ofrecer el sacramento de la confesión, anima a los pasajeros a cantar, orar el Padre Nuestro y el “Dios te salve María”. Aunque la respuesta es casi inaudible, de acuerdo al carácter de los isleños, el Padre no se desanima. Acompañado por la fría brisa del día nublado, el viaje de ida ocurre con fluidez hasta arribar a la Isla, donde ya tiene lugar la primera de las dos misas de la mañana.
Menos expedito resulta el regreso, cuando los lancheros, después de la fiesta, se toman, además del tiempo, más vino que el recomendable, haciendo esperar en la playa a la gente, impaciente por regresar antes de que oscurezca. Ansiedad que pronto se transforma en desesperación y da lugar a un panorama casi bélico, con cientos de personas empujándose y amontonándose por subir a las embarcaciones disponibles, cuya capacidad no supera los 30 pasajeros. Una situación que los voluntarios de la Armada y Carabineros controlan a duras penas, pero que, al parecer, no constituye novedad alguna, sobre todo en la versión estival de la fiesta, cuya convocatoria ha superado con creces las expectativas y la precaria organización. Esta vez, se estiman cerca de 4 mil asistentes.
Fiesta, ofrendas y penitencias
Múltiples son los rituales que tienen lugar al interior de la iglesia durante el desarrollo de las misas previas a la procesión. Una mesa colocada frente al altar sirve para encender y colocar cientos de velas que traen los fieles. Un encargado cumple la labor de ir desechando las velas ya consumidas y limpiando la mesa para que otras puedan ser colocadas. Paralelamente, se prenden velas a los diversos santos y vírgenes provenientes de las cinco islas y que se ubican más adelante, en torno a la figura del Nazareno, mientras que los otros asistentes prenden velas en cualquier lugar de la iglesia donde estén, dejando caer la esperma caliente sobre sus manos en señal de penitencia. La cera que se derrama abundantemente sobre el piso de madera, deberá ser limpiada dos días después en un aseo en el que trabaja toda la comunidad.
Asimismo, deberá ser barrida y limpiada la playa y toda la planicie que se extiende frente a la Iglesia, escenario de la procesión, y que la jornada deja sembrada de basura y desechos provenientes de la verdadera feria levantada en torno a la explanada, y en donde se ofrece de todo, desde quesos, frutas y asado de cordero, pasando por ropa, juguetes y reproducciones artesanales del Nazareno.
La procesión, presidida por el Obispo, es acompañada de los cantos de los fieles y sacerdotes, con la banda sonora paralela del pasacalles, que interpreta sus melodías con guitarra, bombos y acordeones. Mientras la mayoría la sigue, otros se dedican a alimentar más el cuerpo que el espíritu, sacando partido a la abundante cocinería -en la que el pescado brilla por su ausencia- y refrescándose con buenas dosis de vino que se ocultan en botellas plásticas de bebida o se consumen tras algún árbol cercano. El templo también permanece lleno, con gente presentando sus peticiones, rogando por la limpieza de sus culpas o agradeciendo el “favor concedido”, confiados en el “poderoso Nazareno”, como reza la canción que, repetidamente, se canta a mil voces.
Fiesta, ofrendas y penitencias
Múltiples son los rituales que tienen lugar al interior de la iglesia durante el desarrollo de las misas previas a la procesión. Una mesa colocada frente al altar sirve para encender y colocar cientos de velas que traen los fieles. Un encargado cumple la labor de ir desechando las velas ya consumidas y limpiando la mesa para que otras puedan ser colocadas. Paralelamente, se prenden velas a los diversos santos y vírgenes provenientes de las cinco islas y que se ubican más adelante, en torno a la figura del Nazareno, mientras que los otros asistentes prenden velas en cualquier lugar de la iglesia donde estén, dejando caer la esperma caliente sobre sus manos en señal de penitencia. La cera que se derrama abundantemente sobre el piso de madera, deberá ser limpiada dos días después en un aseo en el que trabaja toda la comunidad.
Asimismo, deberá ser barrida y limpiada la playa y toda la planicie que se extiende frente a la Iglesia, escenario de la procesión, y que la jornada deja sembrada de basura y desechos provenientes de la verdadera feria levantada en torno a la explanada, y en donde se ofrece de todo, desde quesos, frutas y asado de cordero, pasando por ropa, juguetes y reproducciones artesanales del Nazareno.
La procesión, presidida por el Obispo, es acompañada de los cantos de los fieles y sacerdotes, con la banda sonora paralela del pasacalles, que interpreta sus melodías con guitarra, bombos y acordeones. Mientras la mayoría la sigue, otros se dedican a alimentar más el cuerpo que el espíritu, sacando partido a la abundante cocinería -en la que el pescado brilla por su ausencia- y refrescándose con buenas dosis de vino que se ocultan en botellas plásticas de bebida o se consumen tras algún árbol cercano. El templo también permanece lleno, con gente presentando sus peticiones, rogando por la limpieza de sus culpas o agradeciendo el “favor concedido”, confiados en el “poderoso Nazareno”, como reza la canción que, repetidamente, se canta a mil voces.